No todo vale en Salud Mental
La pandemia por Covid nos ha impuesto cambios en nuestros hábitos diarios, laborales, académicos, familiares. Ha provocado miles de muertes, ha dejado secuelas físicas y también psicológicas.
Esta pandemia también ha aflorado temas que parecían tabú que estaban tapados como los trastornos mentales. El Covid claramente ha sido un factor precipitador de mucha sintomatología en este área.
Como positivo, los trastornos mentales empiezan a mirarse de frente, muchas de las personas que los padecen no lo ocultan, personajes reconocidos como actores, cantantes, escritores, deportistas, hablan públicamente de que han acudido o están acudiendo a un psicólogo y lo definen como un soporte y tratamiento imprescindible para sentirse de nuevo en equilibrio en el plano mental y emocional. Tenemos testimonios de deportistas que nos cuentan que tuvieron que parar porque su ansiedad, depresión, inseguridad o autoexigencia les paralizaba, les hacía que su día a día fuera muy duro e insufrible.
Como psicoterapeuta me alegra que la sociedad comience a no mirar para otro lado o a poner un tupido cortinaje cuando las personas padecen alteraciones mentales, emocionales o de comportamiento. Pero lo que me entristece es la utilización del concepto de Salud Mental como arma arrojadiza entre las Instituciones sin poner soluciones y no basándose en una definición científica.
Están apareciendo ideólogos que definen la salud mental como “una verdad objetivable y de naturaleza socioeconómica” que debe ser regulada por el Estado.
La salud mental va más allá de qué costumbres adquirir, normas morales o necesidades psicosociales. Podríamos llegar a pensar que una vez cubiertos estos campos la persona se sentirá bien y no se sentirá enfermo. Terminar con la pobreza o el maltrato es una necesidad moral y social, pero pensar que las enfermedades psiquiátricas desaparecerán por mejorar el nivel económico no tiene cabida científicamente.
Los trastornos psicológicos nos son equivalentes al malestar social. Un entorno social, familiar y económico desequilibrado no nos pone las cosas fáciles para vivir tranquilos, para confiar en el futuro, para sobrevivir en el día a día y nos puede precipitar determinados estados emocionales o agudizarlos. Pero asegurar que si tenemos unas condiciones de vida buenas, en el plano económico y social, eliminarán o disminuirán notablemente las patologías mentales es excesivamente simplista. Si esto fuera así, los países europeos más ricos y con mejores ayudas sociales no tendrían las tasas más altas de suicidio y depresión: Islandia, Luxemburgo, Alemania, Países Nórdicos.
Para los padres que tienen un hijo con trastorno de personalidad, sufre delirios o se ha suicidado, la opción de culpar a la sociedad o a la economía no ayuda a la curación, ni a la disminución de su sufrimiento. Lo mismo sucede cuando, en primera persona, se sufre una patología.
No se puede frivolizar con las alteraciones del estado de ánimo, los trastornos del pensamiento, de la conducta o de la personalidad acudiendo a soluciones puramente económicas o a las frases bonitas y bien sonantes: “Si estás triste y abatido piensa en cosas felices”, “vive el momento y no pienses tanto en el futuro”, “si confías en ti saldrás adelante”. Estos “cánticos” nos pueden producir calma momentánea pero la salud mental es mucho más que esto, tenemos que visibilizarla con seriedad y no mercantilizarla.
Ante este momento que vivimos con una mayor visibilidad de los trastornos psicológicos es el tiempo para la clínica y para el tratamiento basado en el rigor científico y en psicoterapias validadas.